Dustin Muñoz “Mis cuadros son más viejos que yo”

Por Pedro Cabiya.

La historia se repite. Dajabón, San Juan de la Maguana, y ahora Loma de Cabrera. Buena parte de los artistas más jóvenes de la República Dominicana proceden de tierra adentro; las experiencias vitales que los condujeron a la pintura están estrechamente vinculadas a la vida del campo y al acompasado devenir de la vida provincial. Dustin Muñoz, pintor con un dominio técnico sorprendentemente maduro para sus 28 años, está convencido de que sus colores y temas de sus cuadros tiene su más temprana razón de ser en el paisaje de su infancia en Loma de Cabrera, y en la faena de la recolección del maní.

Renacimiento, 40x36 pulgs, acrílica-collage sobre tela, Dustin Muñoz, 2001
Renacimiento, 40×36 pulgs, acrílica-collage sobre tela, Dustin Muñoz, 2001

“A mí me gusta que la pintura se vea antigua, me gusta darle esa sobriedad. Ese gusto me viene del campo. Yo recuerdo muchos atardeceres en el conuco, trabajando el maní. El maní se despega sacudiéndolo en pedazos de saco entretejidos. Me gustaba ver cómo estaban cosidos esos sacos. Y cuando empezaban sacudir el maní, se ensuciaba todo de tierra y cuando le daba el sol yo lo veía de lejos y sentía que era algo agradable, se veía impactante. Claro, allí nadie le prestaba atención a eso”. El color rojizo del maní recurre en varios lienzos de Muñoz, es un motivo nostálgico con el que el artista construye un universo de artefactos que tuvieron un uso (siempre enigmático), objetos antiguos que al ser arrumbados uno sobre otros pierden definición, fusionándose hasta formar extraños trastos extraídos de un yacimiento arqueológico.

Esta inclinación también halla una explicación en la vigencia del id infantil de Muñoz, en los recuerdos de su niñez: “Recuerdo que yo entraba al rancho de mi papá, donde el guardaba todas las cosas del conuco que se iban

Caballos, 20x16 pulgs, Dustin Muñoz, 2001
Caballos, 20×16 pulgs, Dustin Muñoz, 2001

poniendo viejas, aperos colgando de ganchos, un macuto, una árgana… A mí me gustaba entrar ahí, yo no sé por qué, a mí me gustaba ver todas esas cosas, hierros, martillos, serruchos. Encima era un lugar oscuro y misterioso. Me gustaban esos colores”.

Cada quien favorece siempre uno de los cinco sentidos, y por lo que se desprende de su conversación, Muñoz parece haber disfrutado una infancia predominantemente visual. Descubre la esencia de las cosa en su forma y sus colores, es esa dimensión de los objetos la que rinde sus secretos al artista. Se entiende entonces su narrativa pictórica: el objeto se convierte en arte (pasa a adquirir un nutrimento afectivo) en la medida en que sobrevive los embates del tiempo. El objeto deja de ser un simple objeto y se convierte en puro tiempo: la víctima se transforma en su potencial victimario por la simple proeza de sobrevivirlo. La ambición de Dustin Muñoz es colosal: encontrar la forma del tiempo, objetivarlo.

Trote al sonido, 40x30 pulgs, Dustin Muñoz, 2001
Trote al sonido, 40×30 pulgs, Dustin Muñoz, 2001

Por ello es perfectamente compresible y congruente que Muñoz esté interesado en el tema histórico. Varios de sus cuadros son recreaciones artísticas de mitos grecolatinos o de importantes batallas dominicanas, como las que conmocionaron la isla a partir de 1844. En “Observaba en el mapa momentos de defensa patria”, el espacio geográfico de la isla sucumbe a la vorágine de las trifulcas independentistas. El lienzo no es sólo pintura; es también texto histórico, un documento exegético que visualmente desentraña los cruentos procesos que dieron luz a la nación. Y Muñoz sabe lo que hace. Graduado de filosofía, este artista se apoya en su rica biblioteca para alimentar su pintura. Hegel, Zweig, Kant… Muñoz ha estudiado las ideas de la belleza y lo sublime en el sistema de pensamiento occidental y las maneja a su beneficio.

Dustin Muñoz posee una mano con pulso seguro de un maestro: de ahí que muchas veces, en sus exposiciones, la gente se sorprenda de su juventud, negada por la increíble madurez de sus obras. “Siempre esperan ver a alguien más viejo y corpulento”. Este es, acaso, el mejor retrato del joven artista.

Por Pedro Cabiya
Revista Rumbo, 30 de julio 2001


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