La epistemología en el marco de la racionalidad crítica

Por Dustin Muñoz.

La Epistemología en su composición etimológica resulta de dos palabras griegas que significan conocimiento y tratado.  Como término es de uso reciente.  Como reflexión sobre la ciencia «teoría de la ciencia» forma parte de la metaciencia y como tal presenta dificultades para ofrecer un marco que nos permita identificar con lucidez los límites entre dos sentidos que las acompañan a ambas: lo científico y lo filosófico. Puesto que de hecho la misma ciencia en su relación con la filosofía presenta contornos muchas veces borrosos que tienen sus causas en el origen de ambas como copropietarias del logos griego. Pues, si se analizan las raíces conceptuales del ideal de racionalidad defendido por la historia de la filosofía occidental, se encontrará sin dificultad en la Grecia presocrática las razones que justifican la expresión: la filosofía es la madre de todas las ciencias.

Ambas son resultados de esa enfermedad que heredó Occidente de la Grecia antigua y que guarda relación con el significado etimológico de la palabra filosofía: «amor a la sabiduría»

De manera que esa condición resbaladiza de la epistemología, entre la ciencia y la filosofía, o lo que Robert Blanché llama “aproximación científica” y “aproximación filosófica” de la epistemología, muestra la posibilidad de extenderse y esfumarse que tiene esta disciplina.  Por ello, aunque el contexto epistemológico se preocupa sólo por la validez del conocimiento científico; no existe un límite preciso en el que aquel que hace Epistemología, se detenga para asegurarse que la fundamentación que realiza es correcta y que su validez epistemológica esta despojada de contenido filosófico y no está involucrada en el contexto de como surgieron las afirmaciones científicas.

Esa posibilidad de la epistemología para extenderse y esfumarse, esfumarse en el sentido no de desaparición sino de desdibujación, entre la filosofía y la ciencia, nos ofrece un ambiente complejo para delimitarla, no en término teórico, sino en su operatividad práctica. Robert  Blanché al referirse a ese particular dice que la dificultad está también en que, sea cual fuere el sentido precisado de la palabra, las fronteras que así  se habrán trazado continuarán siendo imprecisas, puesto que los problemas de la epistemología se centran a veces en ámbitos que habrán quedado fuera de dichas fronteras. Y que la separación teórica entre la epistemología y la teoría del conocimiento no puede observarse siempre.

Los fundamentos del conocimiento científico se validan en un contexto intermedio entre la ciencia y la filosofía llegando al límite de ambas. Y la realidad es que tratar el objeto de estudio de la epistemología, sus linderos, y por ende reflexionar sobre la posibilidad de conocimientos al margen de la ciencia, no es problema propiamente científico, sino filosófico.  No sólo porque las acciones epistemológicas están ligadas a la teoría del conocimiento; sino también a la filosofía de la ciencia. En tanto, que la teoría del conocimiento abarca todo tipo de conocimiento, mientras que la epistemología se interesa sólo por el conocimiento científico; donde la relación entre ellas es la existente entre la especie y el género.  Por ello vemos la epistemología con implicaciones filosóficas por cuanto forma parte de la teoría del conocimiento y analizamos con reservas las posturas de pensadores que validan la teoría del conocimiento cuando ésta se reduce a la epistemología o más bien al análisis lógico de la ciencia, pretendiendo de esta manera reducir el conocimiento al conocimiento científico.

Aunque se presenten las delimitaciones en el orden teórico queda en el accionar práctico una realidad latente cuando estamos ante quien hace epistemología; porque cuando el científico penetra el objeto de estudio de  la epistemología, está actuando fuera de su facultad de científico, aunque permanezca dentro de su licencia de especialista motivado por interrogantes que surgen en busca de saciar las necesidades que a raíz de crisis en la ciencia, lo inquietan por querer saber cuáles son sus fundamentos.

Constantemente se hace la interrogante ¿existen problemas filosóficos en la ciencia?  Muchas veces se responde que si, especificando que a esos problemas el científico le busca solución fuera del ámbito de la ciencia, aunque en ese proceder la ciencia avanza hasta hacer que muchos de esos problemas a los que los científicos daban una respuesta filosófica, luego terminan formando parte del cuerpo de conocimientos de la ciencia. Veamos a Marx Wartofsky referirse a ese particular en su libro Introducción a la Filosofía de la Ciencia “…se puede mantener que todos los problemas científicos son, “en último extremo”, filosóficos o descansan en supuestos o suposiciones filosóficas que, de éste modo, constituyen los fundamentos del propio pensamiento científico; o, por lo menos, cabe mantener que la ciencia ayuda a resolver lo que antes se consideraba eran problemas netamente filosóficos traduciendo dichos problemas “perennes” ; y perennemente irresolubles, en problemas científicos buenos, claros y solventables.” (M. Wartofsky: Introducción a la Filosofía de la Ciencia, Alianza Editorial, Madrid, 1987, p.36).

La epistemología por tanto acciona entre dos tipos de saberes que comparten la comprensión de algo común, «ente-causante», que provoca asombro, admiración, observación y reflexión, por ser algo contrario a la nada.  Pero esos dos conocimientos resultados de la racionalidad crítica y que comparten como herramienta fundamental el lenguaje verbal, tienen pretensiones distintas; uno que se preocupa por un saber especial, el otro por un saber total; uno resulta de la fracción, el otro del todo; uno busca causas inmediatas y el otro busca causas de origen.

La ciencia constituye una estructura sistemática de conocimientos ordenados, con una validez que se propone el grado máximo de certeza que pueda suponer la racionalidad. Como proceso de investigación en marcha busca conocer la realidad objetiva. Por eso, el resultado de sus investigaciones debe ser accesible para cualquier ser racional que tenga el interés de verificarlo.  Sin embargo, el desarrollo tecnológico ha permitido que los científicos logren obtener conocimientos que, para poder ser comprobados por algún miembro de la comunidad, necesitaría éste, tener acceso a la instrumentación que hoy media entre el observador y lo observado y contar con cierto grado de especialización y de dominio en el uso de herramientas sofisticadas. De lo contrario, el individuo común, tendrá que aceptar por fe, lo que se dice que es el resultado de las investigaciones científicas que se producen con las innovaciones tecnológicas de hoy. Puesto que a la experiencia corriente se le impone una realidad distinta a la que observa el científico. Se puede tomar como ejemplo la forma esférica y el movimiento de la tierra, de lo que todo argumento científico sobre ese aspecto le hace realmente violencia a lo que captan de manera directa nuestros sentidos. Por esta razón el desarrollo tecnológico genera incertidumbre, inseguridad y desasosiego.

La ciencia tiene una forma específica de conocer, hace sus conquistas siempre a base de pruebas objetivas, su objeto cae dentro de campos determinados y es de verificación indiscutible dentro del paradigma de la comunidad que la sustenta. Viendo aquí los paradigmas en el sentido de Thomas Kuhn, quien lo define como: “Realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica” (T. Kuhn: La Estructura de las Revoluciones Científicas, ed FCE, México, 1982, p.13).

Como cuerpo de haberes la ciencia cumple las características de objetividad, generalización y comprobación.  Su ideal es un conocimiento compatible por la intersujetividad más amplia, siempre que ésta asuma como buena y valida la racionalidad de los requerimientos establecidos por la comunidad científica de un momento determinado.  La objetividad que la justifica, le permite ser garantía de verdad para cualquier sujeto que tenga acceso a la razón.  De manera que es un saber que no sólo asegura el acierto en su acción a un individuo, sino a cualquiera de su especie.  Así lo que es la verdad para un miembro de la comunidad científica, lo es para todo sujeto que amparado en la razón recorra los caminos que produjeron esa verdad.

Sin embargo, las conclusiones filosóficas, no son susceptibles a pruebas objetivas, ni a verificaciones incontrovertibles, debido a que  su pretensión de aprehensión total a partir de causas primeras le permite reflexionar no sólo sobre -el ser- como «ente-causante» de algo que permite la manifestación del espacio y del tiempo a través de los efectos; sino, inclusive, la reflexión sobre el – no ser- en tanto concepto de la nada que a través de la falta de efectos manifiesta la ausencia de espacio y tiempo.  La filosofía es un saber concluyente, ya que ningún sistema filosófico será capaz de resolver definitivamente los problemas que surgen de sí.  No significa esto, que cualquier disparate sea filosofía, pues esta reflexión requiere sistematización y evidencia racional para demostrar su secuela.

En el criterio de verdad filosófica, debido a la amplitud que abarca del universo, la verificación al estilo científico no es posible; pero no deja de ser una verdad por el hecho de que no pueda ser sometida a la racionalidad característica del método científico. La filosofía puede presentar a través de la evidencia racional todo un sistema coherente de verdades aductivas fuera de contradicciones sobre objetos que sólo son posibles sus existencias debido a la facultad racional humana y por tanto sólo a través de ella son reales por ser posibles como «entes-causantes» que pueden ser pensados.

La filosofía toma como objeto de conocimiento a toda la realidad «ente-causante» de algo, y a la meta-realidad; así como también toma a todo conocimiento de todo objeto, como objeto de conocimiento y toma también como objeto de conocimiento a todo metaconocimiento e incluso a cualquier metaconocimiento como objeto de un metaconocimiento superior.  De ello resultan dos disciplinas que forman parte de la filosofía: con el estudio del ser, una “teoría del ser”; con el estudio del conocimiento una “teoría del conocimiento”. Llamadas Ontología y Gnoseología respectivamente.

La presentación separada de los extremos entre los cuales opera la epistemología es de interés, a mi modo de ver, para reflexionar sobre la condición actual en que se encuentra el objeto de estudio de esta disciplina.  La filosofía en su condición general se interesa por el estudio del conocimiento a través de la teoría del conocimiento que abarca todo tipo de conocimiento incluyendo el científico.  Pero si la filosofía se reduce a la condición específica de la filosofía de la ciencia, sólo abarca la problemática ligada a la generalidad científica.

Permítaseme citar a Wartofski nuevamente “… uno de los problemas básicos de la filosofía de la ciencia es si existen problemas filosóficos en la ciencia.  Se puede argüir, por ejemplo, que aunque los problemas referentes a la ontología, la epistemología o la lógica surgen del pensamiento científico, no son de por sí problemas científicos y no les corresponde ser resueltos por los métodos de la ciencia.” (Op- Cit, p. 36) Y dejar sentada aquí la interrogante ¿cuál es la gran teoría científica que no tiene implicaciones filosóficas?, porque cuando el científico hace frente a los problemas filosóficos que surgen en el ámbito conceptual de la ciencia fomenta un tipo de actividad humana que traspasa las pretensiones científicas.

Es esta la razón por la que las reflexiones epistemológicas son hoy mayormente enarboladas por sabios especializados; lo que nos recuerda a Robert Blanché para quien, en la época actual la epistemología se aleja cada vez más de los filósofos para pasar a manos de los sabios, ya que el filosofoactual no se arriesga a hacer epistemología sin haber tenido antes una cultura científica, al menos en algún campo de la ciencia.

Lo que sucede hoy es que la ciencia ha penetrado problemas cuyos objetos por mucho tiempo pertenecieron a la filosofía debido a la dificultad que ofrecían esos objetos para ser observados y procesados por métodos científicos. Pero el desarrollo tecnológico ha facilitado su penetración y ello ha incrementado nuevas reflexiones sobre tales problemas que traspasan las fronteras de las ciencias, pero que requieren una especialización en el área para realizar argumentaciones compatibles con el avance que se ha experimentado. Esto nos recuerda a Hans Joachim Storig, cuando dice: “Es este un rasgo general de la evolución espiritual del siglo XX: las diferentes ciencias reclaman cada vez más territorios que antes le estaban reservados a la filosofía”. (H. J. Storig: Historia Universal de la Filosofía, Tecnos, Madrid, 1995, p. 698).

Tanto es el avance logrado por la ciencia, buscando descubrir y conocer “lo objetivo”, que se ha llegado a plantear que existen límites del conocimiento, que a nuestra posibilidad de conocer le están puestas barreras por principio. Inquietud que no tuvo su origen en el campo de la filosofía, sino en el campo de las ciencias mismas.  Ejemplo de ello, es el “Teorema de Godel” de Kurt Godel en las matemáticas; el “principio de indeterminación” de Werner Heisenberg en el ámbito microfísico y; la teoría de los espacios fractales (Teoría del Caos) de Benoit Mandelbrot, como límite en la precisión de medidas; entre otros.

Siendo esa la realidad, por ejemplo, para hablar con propiedad sobre los límites del conocimiento científico se necesita tener dominio de la condición actual de la ciencia, el punto máximo en que se encuentra, no en posibilidad teórica, sino en el accionar práctico.  Por ello se ha querido excluir el término filosofía y sustituirlo por el de metaciencia que se inclina hacia el estilo y la severidad de la ciencia.  Blanché sostiene que la epistemología es precisamente una reflexión sobre la ciencia, y como tal entra a formar parte de la metaciencia, de la cual se distingue por ciertos matices: en general la metaciencia se preocupa por tener el estilo y el rigor de la ciencia y sólo la practican los sabios especializados, mientras que la epistemología es algo más transigente con respecto a la ciencia y que aún conserva, a pesar de sus esfuerzos para atenuarlo, un carácter filosófico más o menos marcado.

Hay pensadores que sólo reconocen como única forma de conocimiento el conocimiento científico; excluyendo así toda filosofía incapaz de someterse a un análisis científico y bajo la condición de que este análisis se realice a través de métodos científicos.

La justificación de lo dicho anteriormente tiene una razón valedera, pero de aceptación sólo en parte.  Pues, es cierto que debido a las revoluciones en las ciencias, fundamentar y validar sus afirmaciones requiere del dominio de su objeto; y para ello tener acceso a técnicas que así lo permitan.  Ya que ¿cómo fundamentar el «principio de indeterminación» de Heisenberg? por ejemplo, de manera que sea de válido interés para la ciencia, si no se cuenta con medios tecnológicos que permitan observar la modificación que los efectos del objeto de observación provocan en el microobjeto observado impidiendo fidelidad en los resultados; dándose lo ya planteado por Kant de que no es posible conocer la «cosa en sí» en cuanto esencia. Aunque dirían los marxistas que todas las cosas son primero «cosas en sí» pero el hombre las estudia y busca la manera de hacerlas «cosas para nosotros».  Sin embargo, hasta que no son cosas para nosotros, quien reflexione sobre ellas, sea científico, sabio, experto, epistemólogo, metacientifico, filósofo, etc., sus reflexiones, si están estructuradas en el marco de una racionalidad crítica coherente, no escapan a lo filosófico; por lo que hago mía la interrogante: ¿Cuál es la gran teoría científica que no tiene implicaciones filosóficas? Ya que a ella la acompañará siempre la posibilidad de una crítica.

Porque toda teoría científica es provisional y el contenido de sus reflexiones es cambiante, y como tal se elabora de manera coherente aceptando la falsabilidad en cuanto a que su verdad como pretensión es un fin y no un medio.   Así se acepta como verdad no lo verdadero en sí, sino lo que funciona en un espacio-tiempo determinando y cuyo resultado teórico acepta de momento lo “no falsable” pero que en posibilidad puede serlo en otro momento.

Podemos colegir que no cualquiera, ante esa exigencia que hace el conocimiento científico que produce la tecnología, puede dar validez a las afirmaciones científicas, por ello asiento con Blanché cuando dice que una de las características de la epistemología actual es la progresiva aceptación de sus problemas por los sabios especializados no por una moda pasajera, sino que las recientes crisis que han sufrido las diversas ciencias y las revoluciones que han pasado han obligado a aquellos que la practicaban a preguntarse por sus propios fundamentos.

Por eso la epistemología se aleja hoy de los filósofos por esa exigencia de procedimientos metodológicos científicos que se necesitan como base para reflexionar sobre los fundamentos del conocimiento científico, y aunque la epistemología sólo se interesa por cuestiones de validez y no de hecho, esa validez necesita de previa base científica y esa base científica se elabora sobre cuestiones de hechos.

Pero este alejamiento que experimenta la epistemología actual de los filósofos, no debe ser traducido como una separación total de su objeto con el de la filosofía. Y esto lo justifica el hecho de que algunos sabios se han convertido en filósofos, pasando sus nombres a la historia de la filosofía y no a la historia de la ciencia.

Por eso se comprende la aproximación científica y la aproximación filosófica de la epistemología, si quien la realiza  lo hace conforme al estilo y las exigencias científicas; o sea en condición de sabio, o por el contrario en condición de filósofo, haciéndolo conforme a su necesidad de abarcar todo objeto de conocimiento, con un interés más especulativo, tras la obtención de aquello que existe como fin y no como medio. Porque el problema de la delimitación no esta en el objeto epistemológico, sino en el sujeto hacedor de epistemología.

Sin embargo, al final quedé por un instante suspendido, e incluso alejado de mi obligación con este ensayo, cuando trasladé mi imaginación, fugada por el desarrollo tecnológico en ascenso, hacia un siglo posterior al que me ha tocado vivir, y en ese instante se posaron en mi dilatado pensar las siguientes preguntas: ¿En qué condición estará la ciencia en ese tiempo? ¿Qué será y qué hará el epistemólogo dentro de cien años? ¿Se confundirán sus quehaceres con los de los sabios expertos o con los de los filósofos de la ciencia? ¿Estará “atado” a la ciencia o disfrutara la “libertad” de la filosofía? ¿Se aceptará como término generalizador la Gnoseología en sustitución del término “teoría del conocimiento”  y con ello quedará la epistemología estrictamente delimitada al área de lo que tiene que ver con el conocimiento científico, despojándose de toda contaminación filosófica, quedando de forma precisa la diferencia entre epistemología y filosofía de la ciencia? ¿Qué paradigma orientará la comunidad científica de esa época? Y en un momento de regresión a mi espacio temporal, pensé, si nada de ello sucede,  y cien años más tarde el objeto de estudio de la epistemología está tan resbaladizo como hoy; y que si los enunciados a priori y a posteriori por el hecho de que son conceptos que se refieren a la validez de un  juicio; o que si la solución apriorística Kantiana sea la que cobre vigencia ; o la posición de Popper “deductivista-empirista” ; o que los dos problemas fundamentales de la epistemología : la inducción y la demarcación ; o que los tres estadios de Reichenbaach, descubrimiento, justificación y crítica ; entre otras; o cuantas posturas que surgirán en ese tiempo en un coger de aquí, de allí y de allá y al final qué?. A lo mejor nada de eso sea necesario  y el problema no sea presentar los fundamentos de validez de las afirmaciones científicas. Porque a lo mejor todos estén ocupados en presentar los fundamentos de peligrosidad  que implican no las afirmaciones científicas, sino la aplicación de esos conocimientos que de hoy a cien años podrían ser catastróficos si este siglo no se constituye  en el siglo de la ética, para promover la bioética y profundizar en la reflexión de si todo lo que es técnicamente factible es éticamente admisible, que si todo lo que se puede hacer se debe hacer.

Bibliografía:
—-Blanché, Robert. Epistemología. Oikos- Tau. S. A., Barcelona, 1973, Páginas17-72.
—-Bunge, Mario. La Ciencia, su Método y su Filosofía, Siglo Veinte, Buenos Aires, Argentina.
—-Habermas, Jürgen. La Lógica de las Ciencias Sociales. Tecnos, Madrid, 1990, Págs. 80-275.
—-Kuhn Thomas. La Estructura de las Revoluciones Científicas, ed FCE, México, 1982.
—-Popper, Karl. El mito del marco común. Paidós, Barcelona, 1994, Págs. 45-72.
—-Searle, John. Mentes, Cerebros y Ciencias. Cátedra, Madrid, 1995, Págs. 80-97.
—-Störig, Hans Joachim. Historia Universal de la Filosofía. Tecnos, Madrid, 1995, Págs. 695-790.
—-Wartofsky, Marx. Introducción a la Filosofía de la Ciencia. Alianza editorial, Madrid, 1987, Págs. 11-39  / 360-375 / 495-512.

 

*Dustin Muñoz, es Doctor en Filosofía por la Universidad del País Vasco. Licenciado en Filosofía, con Maestría en Metodología de Investigación Científica por la UASD, donde es docente. Egresado y también docente de la Escuela Nacional de Artes Visuales. Primer premio de pintura en múltiples concursos y en bienales, con distinciones como el Premio Nacional de la Juventud en el 2004 y Joven Sobresaliente de la República Dominicana por JCI Jaycees 72, en el 2003. Ha realizado 4 exposiciones individuales y numerosas colectivas a nivel nacional e internacional. Sus obras se encuentran en importantes colecciones públicas y privadas y en museos nacionales y extranjeros. Tiene murales en dos de las principales catedrales del país y en el Obelisco de Santo Domingo.

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