Metáfora, símbolo y signo

Por Dustin Muñoz.

Este ensayo está orientado a la reflexión sobre la diferencia entre signo y símbolo y la relación con la metáfora, así como con otros términos como analogía, alegoría y fábula.

Una de las dificultades que nos plantea el símbolo es la vaguedad con la que a menudo se utiliza el término y la confusión que existe entre símbolo y signo. La falta de precisión en el uso y definición de éste, constituye una problemática en el estudio de lo simbólico y también de la metáfora como símbolo lingüístico.

Signo «del latín signum, seña, señal. Y símbolo del griego sym-ballo, arrojar juntas dos cosas, volver a reunir como señal de reconocimiento, dos partes de una misma realidad que antes estaban separadas. Ejemplo, partir una vasija para dos amigos como testimonio de amistad o pacto. Si nos remontamos ala etimología griega, símbolo significa reunir, juntar, asociar. Para los griegos el símbolo implicaba una complementación racional; que solo era posible por la capacidad cognoscitiva del ser humano, con todas sus facultades de inducir, deducir, intuir e imaginar. Sin embargo a pesar de estas significaciones, el término griego era usado también en el sentido de signo, es decir, algo que en determinados contextos, sustituye a otra cosa. Pues el verbo griego de donde proviene insinúa que originalmente estaba presente la idea de analogía entre signo y símbolo que todavía sobrevive en algunas de las modernas acepciones del término.

Vemos que la tendencia a identificar o asociar símbolo con signo, es muy antigua, de manera que se hace evidente que para una valoración más plena del concepto de símbolo se hace necesario establecer ciertas distinciones entre símbolo y signo. El signo es una cosa que vemos y nos lleva a conocer algo que no vemos, sustituye u ocupa el lugar de otra cosa: como el humo, la existencia del fuego; las huellas, el paso de un animal; ciertas nubes, posibilidad de lluvia y una bandera colorada, muestra de peligro. Los signos más bien dan a conocer algo que ellos no son.

Los símbolos son más densos de sentido, y tienden a crear comunión, correspondencia: no sólo notifican, sino que evocan. En este sentido, todo símbolo es signo, pero no todo signo es símbolo. El símbolo participa de la realidad simbolizada. La bandera dominicana, por ejemplo, a primera vista es un signo para cualquier ser racional que percibe sólo un lienzo tricolor adherido aun asta y que representa una señal de algo. Sin embargo, para un dominicano ese mismo objeto es símbolo, pues la bandera para él participa del poder y dignidad de la nación; una afrenta a la bandera es una afrenta a nuestra nación. Pues el símbolo participa de una realidad que se hace inteligible a través del mismo símbolo.

En esto el símbolo se distingue del signo, este no guarda relación de necesidad con lo que señala, podría ser cambiado a voluntad; mientras que la participación simbólica está relacionada analógicamente entre el orden natural y el orden espiritual. El río como símbolo del fluir de Heráclito participa en cierto modo, del devenir del ser, si lo vemos en el contexto de su planteamiento de que no es posible entrar dos veces en el agua de un mismo río: ya que nuevas aguas bañan al que entra en él por segunda vez. El agua es distinta aunque el río permanece. Pero también el fuego en Heráclito no es signo de que algo se quema, sino símbolo del cambio que se deduce cuando expresa que este mundo, que es igual para todos, no ha sido hecho por ningún dios ni por ningún hombre, sino que siempre fue, es y será fuego eternamente vivo que se enciende con mesura.

El símbolo nos abre ciertos planos de la realidad que de otro modo no nos serían accesibles. Las artes, con sus símbolos nos introducen en esos planos de la realidad que de otro modo nos serian vedados. Puesto que el arte no es meramente un lenguaje más, es un lenguaje único e insustituible, sobre determinados aspectos del ser que no se pueden decir de otro modo que por medio del arte. Basado en ello expresó Picasso que de haber podido decir con palabras el contenido del Guernica no habría recurrido a los pinceles. Muchos artistas contemporáneos tienden a la sustitución de las formas reales por signos. A través de una mayor comprensión del simbolismo, el amante del arte obtendrá del contenido de una obra una apreciación más amplia y profunda de cualquiera de las formas artísticas.

Los símbolos no deben su origen a una voluntad arbitraria, son formas del pensamiento colectivo. Símbolo y signo tienen en común el que ambos apuntan a una realidad más allá de si, pero mientras el signo señala a otra cosa, a otra realidad concreta, el símbolo apunta más bien a una realidad que nunca puede llegar a ser un objeto empírico concreto. No son sinónimos los dos términos. Es ejemplo de signo, un silbido (signo artificial) en una estación como señal de salida de un autobús. Ahí, tanto el signo como el significado tienen una realidad empírica concreta. También un signo natural como una nube, significa lluvia. El sonido del timbre significa que alguien esta en la puerta. El verbo significar quiere decir «ser signo de». El signo es una señal de algo y es usado como sinónimo de huella, dato, indicio, rastro. También como cualquier cosa que evoca en el entendimiento la idea de otra. Sinónimo de alegoría e imagen. Así como cualquiera de los caracteres que se emplean en la escritura. Sinónimo de cifra, letra, número. El signo es una señal, cualquier objeto o acontecimiento, usado como evocación de otro objeto o hecho. Los signos pueden no parecerse a las cosas que significan, aunque existen los signos icónicos que se asemejan considerablemente a lo que representan. Por ejemplo, una señal de curva en la carretera. En el caso del símbolo se pasa de una realidad empírica concreta a una realidad abstracta que puede o no tener relación directa con el mundo empírico. Por ejemplo, el río es una realidad empírica, pero como símbolo del devenir heraclitiano apunta a una realidad abstracta.

El lenguaje, en cuanto sistema simbólico, no se limita a reflejar el mundo: de hecho, ningún sistema simbólico lo hace. Su relación es más compleja y dinámica, puesto que cualquier representación es también una recreación de lo representado. El carácter poético del símbolo reside en su propia naturaleza: si el símbolo ha de ser símbolo de algo diferente de él, lo ha de ser en la medida en que es otra cosa de lo que representa, pero que no obstante nos presenta como real. Esa es la «recreación» simbólica. Esa es la relación paradigmática que tiene cualquier sistema de símbolos con la realidad: nos la hace presente mediante otra realidad que nos permite sentir aquélla, acceder a ella como realidad representada.

Para Peirce el signo es «algo que, para alguien, representa o se refiere a algo en algún aspecto o aptitud». Donde el signo no está por el objeto, sino por un aspecto o faceta de él que retiene y por lo cual lo representa o recuerda. Así el signo viene a ser una especie de «representador». Pero no se basa en una identidad de relación respecto a su objeto, de ahí su compleja división en las tres clases de signos: iconos, índices y símbolos. Los iconos se refieren al objeto a partir de sus propios caracteres que pueden ser usados aleatoriamente para denotar (un cuadro, modelo). Los índices se fundan en relaciones causales respecto al objeto y deben ser realmente afectados por el (señales de tráfico). Los símbolos son signos que denotan en virtud de asociaciones usuales como ideas implícitas en el propio signo (la cruz símbolo del cristianismo).

Comprender un objeto cualquiera (mesa, sillas, libro) supone entender sus nombres (mesa, sillas, libro), no como designativos de las cosas correspondientes, sino como atribuciones de sentido que nos hacen accesibles sus entidades correspondientes. Si la referencia es condición irrenunciable del lenguaje significativo, se abre el abanico sobre los modos de entenderla. Este punto recuerda a Ricoeur «la hermenéutica no es otra cosa que la teoría que regula la transición de la estructura de la obra al mundo de la obra. Interpretar es desplegar el mundo de la referencia en virtud de su disposición, de un género y de su estilo». La interpretación hermenéutica está llamada a abrir ese mundo de la referencia, dando cuenta de sus posibles implicaciones con realidades no inmediatamente designadas. Lo que, de modo eminente, encuentra su aplicación en el lenguaje poético.

En la esfera del lenguaje, las características del símbolo son aplicables a la metáfora. Del latín Methaphora. Con la metáfora decimos una cosa pero en realidad queremos dar a entender otra. Consiste en trasladar el sentido recto de las vocales a otro figurado, en virtud de una comparación tácita, como por ejemplo en las expresiones «la primavera de la vida», «la flor de la juventud»,» las perlas del rocío», «refrenar las pasiones». Es la alegoría en que unas palabras se toman en sentido recto y otras en sentido figurado. Así La metáfora es una figura retórica que traslada el sentido de una palabra a otra, basándose en una relación de semejanza. Y es usada muchas veces como sinónimo de alegoría, de imagen y de símbolo.

Por ejemplo, si consideramos el esquema del color, con todas sus etiquetas, estructuralmente relacionadas (por…relaciones de oposición, contraste, afinidad, etc.), el reino correspondiente sería el de los objetos que tienen color. Ahora bien, si trasladamos el sistema del color a un reino diferente, el de los sonidos por ejemplo, obtendremos aplicaciones metafóricas, en la expresión «sonidos negros» (en el canto flamenco). Así, «alto» puede tener una aplicación literal, como cuando se afirma «el edificio es alto» y una aplicación metafórica, como cuando se profiere «cantó una/ nota alta». En el primer caso, «alto» tiene entre los miembros de su extensión a edificios, el segundo las notas musicales. En resumen, los términos pueden tener una extensión literal y una metafórica. La diferencia no hay que buscarla en un mecanismo diferente: el hecho referencial es básicamente el mismo. La diferencia reside en la novedad de clasificación que supone emplear la metáfora. La aplicación metafórica es una aplicación transgresora, viola las organizaciones existentes de la realidad. (E. De Bustos. La metáfora, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2000, p. 109)

La metáfora es una invención libre del discurso, un tropo que puede ser analizado como efecto del lenguaje y del contexto en el que se inscribe. La Metáfora es una figura lingüística en la que, por analogía o comparación, un término reemplaza a otro de diferente significado. La metáfora crea sentido con el no sentido. Por ejemplo cuando decimos que alguien tiene ojo de águila para expresar que ve también como una águila. Dándose una transferencia de significado. El enunciado metafórico denota modos de ser perceptibles solo a través del pensar de otro modo, aquello que el significante usual denota de modo directo. Ejemplo «quisiera ser un pez para mojar mi nariz en tu pecera», expresión del cantante Juan Luis Guerra que invita a reformular su sentido a partir de otros significados. O también, la expresión «Tus labios de rubí de rojo carmesí» del cantante Sandro, donde se presenta un tropo con el empleo de una palabra en sentido distinto del que propiamente le corresponde, pero que tiene con este alguna conexión, correspondencia o semejanza. En el sentido de que el rubí tiene color rojo y un brillo intenso, y puede ser atractivo en una mujer, pero si contextualizamos la expresión en sentido recto y en todo su alcance, el rubí es un mineral cristalizado más duro que el acero. De manera que, si no vemos esta palabra en sentido figurado, como denotando una idea distinta de la que significa literalmente, desearíamos no estar en el lugar de Sandro, no vaya ser que se nos rompa un diente. O tal vez llenos de curiosidad y asombro nos preguntaríamos si es que él siente placer al chupar ese duro mineral. La función (y el origen) del uso de la metáfora es la de proporcionar placer estético al entendimiento. Todo enunciado metafórico es efecto de la ficción literaria. La metáfora se produce únicamente a contrapelo de la lengua.

La metáfora no  pone en cuestión la estructura del mundo, sino la de nuestra relación con él. Nos impide asentarnos en una visión fija de la realidad, cuya pretensión de legitimidad es esa  propia fijeza. Su propia y desbordante presencia constituye la prueba de la multiplicidad de sistemas simbólicos  posibles, de la variedad de formas de representación del  mundo.

La idea que se expresa a través del lenguaje metafórico desempeña el papel de símbolo pero también de signo al expresar, en cierto modo, otra cosa. El funcionamiento metafórico debe servir de guía para interpretar el simbolismo y no viceversa.

El uso de la metáfora estuvo presente en Platón y en Aristóteles. En Aristóteles: la metáfora consiste en dar a una cosa un nombre que pertenecía a otra: «La metáfora es la aplicación a una cosa de un nombre que es propio de otra» (Aristóteles, Poética, cap. 21) transferencia que puede efectuarse del género a la especie, de la especie al género, de especie a especie o sobre la base de una analogía. En Derrida el uso de las metáforas lleva implícito, no solo una filosofía sino una red conceptual que constituye la propia filosofía.

En retórica la alegoría puede identificarse con la metáfora en el sentido griego de unir en un símbolo o imagen simbólica ideas e imágenes diversas. En su primer significado específico, esta palabra indica un modo de interpretar las sagradas escrituras y de descubrir, más allá de las cosas, de los hechos y las personas de que tratan, verdades permanentes de naturaleza religiosa o moral. La alegoría es una ficción que presenta un objeto a la razón, en virtud de otro objeto, sea físico o intelectual. Generalmente en los lenguajes simbólicos se entretejen metáforas y analogías. La analogía es una relación de semejanza entre dos o más cosas. Afinidad, correspondencia, parecido, similitud, etc. A diferencia del analógico, el lenguaje metafórico se ordena a partir de los significados conocidos, del sentido directo o primero, del nombre de la cosa, a través de los cuales se aporta o genera un contenido material novedoso que es una realidad derivada de la pertinencia semántica que genera la metáfora. La metáfora constituye un elemento medular del lenguaje, su auténtica esencia.

La alegoría es una representación simbólica de algo; representación plástica de una idea mediante figuras que la simbolicen, en virtud de una analogía convencional entre el concepto inmaterial y el objeto material al que se atribuye la significación de aquel. En el uso común es sinónimo de emblema, imagen, mito, metáfora, parábola, representación, símbolo, etc. Muchas veces el símbolo se entiende como sinónimo de lo alegórico. Se entiende por símbolo aquello que representa algo diferente de sí mismo.

La parábola es una narración de un suceso fingido o inventado del que se deduce por comparación o semejanza, una verdad importante o una enseñanza moral. Es un asunto imaginario y maravilloso, sinónimo de alegoría, de invención, cuento, ficción, leyenda, mito, quimera.

Puede denominarse simbolismo a toda expresión que interprete la realidad por medio de símbolos. Muchos autores consideran que la característica principal del hombre es su capacidad de simbolizar, esto es de representar la realidad mediante símbolos, entendiendo el símbolo como una figura que representa objetos que puede pertenecer a cualquier clase. El simbolismo elude nombrar concretamente los objetos y prefiere sugerirlos o evocarlos, elevándose a una trascendencia.

El símbolo es siempre enfático: nos invita a poner especial atención en la trascendencia o cualquier otro rasgo del objeto al que apunte; es decir, el símbolo puede enfatizar porque en su hacer siempre se da por supuesto una referencia constante a partir de la cual se adquiere un sentido específico. Precisamente ésta es la razón por la que se puede hablar de la fuerza de un símbolo. Así cuando nos explayamos señalando la fuerza de determinado símbolo nos estamos delatando; porque lo sepamos o no, estamos hablando de nosotros mismos. Está claro que en este contexto el término fuerza es una metáfora indicadora de la capacidad de que disponemos para delatarnos a través de la interpretación simbólica. Ningún símbolo es «absoluto», sino que sólo adquiere sentido por su inserción en un mundo todo simbólico mayor, cuyo orden depende de la fase de desarrollo en la que se encuentre la conciencia ante la que se presenta y con la que está vinculada. Ejemplo un cuadro alegórico a gallos y gallera evocará una interpretación simbólica distinta si el espectador es un gallero o si por el contrario no lo es.

La teoría de la referencia metafórica no se detiene en los símbolos lingüísticos, sino que ha de ser extrapolable a los símbolos metafóricos no lingüísticos, tanto a un poema como a un cuadro.

Es importante conocer bien el papel de los símbolos en nuestra intercomunicación humana y espiritual. Nuestra vida está llena de símbolos. El gesto, el juego, la danza, el disfraz, el arte se multiplican y se articulan como representaciones que llamamos simbólicas, por la capacidad de prefigurar realidades, a través de su trasluz, al permitir ciertas cosas que por ellas se conozcan otras.

La esencia del símbolo y del simbolismo radica en poder evocar una ausencia por la provocación de una presencia que nos remite aun sentido no evidente. Muchas realidades son utilizadas como mediaciones cargadas de posibilidades para remitir de manera indefinida la traslación de significados, pues las cosas poseen virtualidades simbólicas infinitas. La palabra rueda, por ejemplo, significa lo circular pero puede ser manifestación simbólica de eternidad, perfección, eterno retorno. De este modo rueda es símbolo en la medida en que se desvincule del significado que tiene como referencia un objeto circular giratorio y se retenga como significante de lo cíclico. Pero esto es solo expresable en el uso lingüístico de rueda y no por la experiencia de movimiento de tal objeto, puesto que es la no identificación del significante con un significado lo que permite su desplazamiento. Así también, es manifestación simbólica la rueda de santa Catalina, si se produce tal desvinculación del significado de objeto circular y se capta desde el ámbito religioso, pues, en el arte medieval, los santos se identifican por los signos de su martirio.

Los símbolos pueden ser de muchas clases; jeroglíficos, iniciales, emblemas, alegorías, fábulas y, en el arte moderno, enigmas. Algunos símbolos aproximan mucho a una idea o persona y se reconocen fácilmente; otros sólo se pueden entender siguiendo alguna remota asociación de ideas.

El símbolo es para Cassirer todo elemento que a través de un dato sensible expresa una significación y plantea la capacidad de simbolización como el más especifico entre los atributos humanos; a esta idea se aproxima Benveniste cuando expresa que el lenguaje representa la forma más alta de una facultad que es inherente a la capacidad humana, la facultad de simbolizar. Se entiende por ello, de una manera muy general, la facultad de presentar lo real por un signo y de comprender el símbolo como representante de lo real y, por tanto, de establecer una relación entre una cosa y otra distinta. Recordemos a Heidegger cuando dice: dos monedas de cinco marcos que se encuentran sobre la mesa, decimos: las dos son iguales, coinciden. Ambas coinciden en su aspecto único. Tienen ese elemento en común. Pero también hablamos de coincidir cuando, por ejemplo, afirmamos sobre una de las dos monedas: esta moneda es redonda. Aquí, el enunciado coincide con la cosa. Ahora la relación ya no es entre cosa y cosa, sino entre un enunciado y una cosa. ¿Pero en qué pueden coincidir la cosa y el enunciado si los elementos que se han puesto en relación son distintos en lo tocante a su aspecto? La moneda es de metal. El enunciado no es nada material. La moneda es redonda. El enunciado no tiene para nada la naturaleza de algo espacial. Con la moneda se puede comprar algo. El enunciado sobre ella nunca puede ser un medio de pago. Pero, a pesar de toda esta desigualdad entre ambos, en la medida en que el enunciado es verdadero coincide con la moneda. Y, de acuerdo con el concepto corriente de verdad, este modo de concordar tiene que ser una adecuación. Pero cómo puede adecuarse a la moneda algo tan completamente desigual como el enunciado, adecuación no significa aquí una igualación real y concreta entre cosas que son distintas.

El lenguaje no es más que significante en busca de significado. Construir imágenes no es lo mismo que nombrar cosas o referir realidades.

Para Ricoeur el símbolo es una estructura de significación en la cual un sentido directo, primario, literal, designa por sobre abundancia otro sentido indirecto, secundario, figurado, que no puede ser aprendido sino es a través del sentido primero, en ese sentido el símbolo es un tipo de signo en el que un significante único tiene intencionalidad significativa duplicada, ligada al sentido literal.

Maceiras sostiene que a diferencia del signo artificial, dotado siempre de referencia directa y cuya esencia consiste en expresar una única significación o designar una cosa, el símbolo sustenta su función significante en la remisión del sentido literal (el ejemplo de la rueda) a otro figurado no manifiesto (el de la eternidad, el movimiento, etc.) pues se aproximan dos sentidos en principios ajenos. En el signo artificial el significante y el significado son puramente convencionales en cuanto ajeno uno al otro, mientras que en el símbolo constituyen una unidad en la que se vinculan el sentido directo y el indirecto. Por eso el símbolo debe ser interpretado, mientras que el signo solo pide ser descifrado. El signo no implica provocación con quien se propone descifrarlo, mientras que el símbolo involucra a su intérprete mediante formas diversas de provocación afectiva e intelectual, vinculando la esfera del lenguaje con las de las vivencias. Por eso lo que es símbolo para unos, en virtud de factores subjetivos de diversos tipos, puede ser simple signo para otros. Por ejemplo la cruz, para un sujeto que no es cristiano puede pasar como simple signo, mientras que el cristiano católico capta en esa imagen el paso del hijo de Dios por la tierra y su sacrificio, de manera que la señal de la cruz pasa a significar la redención de la humanidad por la muerte de Jesús, y ello entraña todo un ceremonial de reproducción a través de la expresión «en el nombre del padre, del hijo, del espíritu santo, amén”. La fisura entre lo que se da como real y lo que se espera como posible aclara en que consiste la raíz interior del simbolismo.

Para kant el símbolo ofrece la regla según la cual reflexionamos, pero no brinda ningún contenido real. El símbolo no coincide con el ejemplo, porque los ejemplos ilustran de forma inadecuada las ideas, ya que son extrínsecos a la realidad que por ellos se quiere ejemplificar, mientras que los símbolos brindan el modo de formar el juicio reflexivo.

Kant pone el ejemplo del molinillo manual como símbolo del Estado despótico, prefiero para nacionalizar la esencia del ejemplo comentar la expresión que usó Joaquín Balaguer como presidente de la República ante el anuncio de una huelga: “me tiembla la mano por la edad, no por miedo» mostrando su mano como símbolo del poder y de la firme decisión de enfrentar a los huelguistas.

No guarda relación de pertenencia y adecuación, la imagen de la mano con la opresión en la forma despótica de gobernar. El símbolo no es solo esa imagen de una mano buscando una posición firme pero que tiembla por la edad, sino que pertenece a una construcción de un juicio reflexivo sobre un objeto inteligible que impulsa el tránsito de lo particular a lo universal.

Lo mismo podríamos decir de aquel párrafo de su discurso del 27 de febrero de 1971 donde, como consigna rectilínea expresa «la filosofía en que se inspira la política de este gobierno es sencilla y eminentemente práctica: cuando hallamos en nuestro camino una piedra que nos entorpece el paso, tratamos por todos los medios posibles de desviarnos utilizando el medio menos conflictivo para superar esa barrera; pero si tenemos que marchar entre dos precipicios y no hay otro medio de salvar con un rodeo el obstáculo que se interpone en nuestra marcha, entonces le damos el frente a la piedra y la destruimos aunque sea necesario recurrir para ello a una carga de dinamita. Creo sinceramente que esa es la única pauta para un gobierno y para un país que necesitan avanzar a todo trance. Lo metafórico lo es con respecto a lo literal, en la medida en que de lo literal se aparta, o lo niega, o lo ignora.

Para Kant el lenguaje está cargado de virtualidades significativas que amplían las posibilidades de la razón hasta más allá de las que le otorga el conocimiento fenoménico de la experiencia sensible. Esta ampliación no da conocimiento, pero si da posibilidades, da que pensar. El Uso simbólico de lo sensible justifica la marcha de la razón hacia lo incondicionado. Esta marcha guarda el contacto con lo sensible en cuanto que el simbolismo opera reflexivamente sobre la propia experiencia de la naturaleza tal como ella aparece en el conocimiento regulado por los esquemas del entendimiento. Para Kant la imagen es un producto de la capacidad empírica de la imaginación productiva; el esquema de los conceptos sensibles es un producto de la facultad imaginativa, a priori, por tanto la imaginación no se relaciona aquí con la capacidad de generar símbolos, sino conceptos.

El foco imaginario de las ideas de la razón, Dios, yo, mundo, es necesario porque configura un espacio desconocido, aunque no determine los conceptos del entendimiento. Supera la fisura entre lo sensible y lo inteligible, en cuanto que este último es pensable por mediación de lo sensible simbólicamente usado. Sobre la existencia de Dios para Kant los argumentos no demuestran su existencia, pero el conocimiento de Dios puede ser simbólico. A diferencia de Kant, Schelling se dirige directamente a la mitología como objeto de la filosofía y dirá que la mitología no es propiamente alegórica, ya que sus dioses son seres realmente existentes que no son otra cosa, significan lo que ellos son.

Hegel distingue signo y símbolo en un sentido actual. El signo es una cierta intuición inmediata que representa un contenido enteramente en otro distinto al suyo. El Símbolo, sin embargo, es una intuición cuya determinación propia, según su esencia y concepto, es más o menos aquel contenido que la intuición expresa como símbolo. El símbolo en efecto esta intrínsecamente co-implicado con la realidad simbolizada, lo que no sucede con el signo, que es una expresión no concernida por la idea o cosa significada, por eso la inteligencia es más libre como significadora o hacedora de signo que como simbolizadora.

Dice Maceiras que Hegel recurre al concepto de arte simbólico para expresar el tipo de representación artística que no ha encontrado la forma adecuada a la idea, en cuyo seno están siempre en lucha pensamiento y figura. Ya que ninguna figura natural puede representar la plenitud de la idea. El esfuerzo de este arte por encontrar la forma no hallada, busca reducirse a ser sólo expresión de la belleza natural visible como sucede en el arte clásico. Estas obras de arte nos ofrecen, en lugar de belleza y regularidad, un aspecto raro grandioso y fantástico.

Para Hegel el símbolo es un objeto sensible que no debe ser tomado en si mismo, tal como se nos ofrece, sino en sentido más extenso y general. Así, el símbolo es un signo; pero se distingue de los signos del lenguaje en que entre la imagen y la idea representada hay una relación natural, no arbitraria o convencional. Es de este modo como León es el símbolo del coraje; el círculo, de la eternidad; el triángulo de la Trinidad.

Ahora bien, el símbolo no representa la idea perfectamente, si no bajó un solo aspecto. El León no es siempre animoso, y el zorro astuto. De donde se sigue que el símbolo, teniendo varios sentidos, es equívoco. Esta ambigüedad sólo cesa cuando ambos términos se han concebido separadamente y se han unido después; el símbolo, entonces, da lugar a la comparación.

Por diversos caminos el simbolismo prefigura la Identidad tanto individual como colectiva precisamente por su condición de mediador universal entre el yo y el mundo.

Bibliografía:
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—-Ricoeur, Paul: La Metáfora Viva, Trotta S. A. Madrid,  2001.

 

*Dustin Muñoz, es Doctor en Filosofía por la Universidad del País Vasco. Licenciado en Filosofía, con Maestría en Metodología de Investigación Científica por la UASD, donde es docente. Egresado y también docente de la Escuela Nacional de Artes Visuales. Primer premio de pintura en múltiples concursos y en bienales, con distinciones como el Premio Nacional de la Juventud en el 2004 y Joven Sobresaliente de la República Dominicana por JCI Jaycees 72, en el 2003. Ha realizado 4 exposiciones individuales y numerosas colectivas a nivel nacional e internacional. Sus obras se encuentran en importantes colecciones públicas y privadas y en museos nacionales y extranjeros. Tiene murales en dos de las principales catedrales del país y en el Obelisco de Santo Domingo.

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