Por Dustin Muñoz.
La obra de arte siempre se nos presenta con forma y contenido. Una pintura tiene contenido; lo tiene para el artista y para otro espectador, aunque no coincidan descifrándolo. Ello así, aunque no sea en el sentido de que la obra es algo que se refiere a otra cosa diferente a ella; sino que, en sí, ella es algo que «está ahí,» y en esa forma de «estar ahí surge un contenido. Pues una forma siempre produce un contenido y no hay obras sin forma, porque para hacer una obra se necesita la construcción de algo; incluso una obra inspirada en la nada o en el vacío necesita forma para materializarse, de lo contrario no es obra.
La obra es realizada por la limitada mano de los artistas en un limitado espacio físico; pero en ella participa su infinita visión del mundo, sus conocimientos, sus habilidades, su destreza, en conclusión, su ingenio; porque hay unas manos obedeciendo al intelecto. Siempre se ha dicho que la obra de arte es la concentración del mundo general en un mundo particular. Pero una obra de arte no es un ente cargado de mensajes descriptivos como si se tratara de la definición científica de un suceso. En la obra de arte eso será secundario, en ella lo fundamental es estimular la sensibilidad. Por ello si el valor estético no está presente, todo lo demás que se quiere decir en ese fragmento particular pasará desapercibido. El que desea decir algo sobre cualquier cosa, de forma tal que sea comprendido de manera consensual por todos, lo que debe hacer es escribir un libro usando un lenguaje científico. Pero realmente muchos artistas, parten de una idea de la que brota el tema que tratan en su obra, pero ese tema jamás será estrictamente conveniente para un uso científico en culturas donde exista la escritura y la fotografía.
Dentro de la obra de arte hay unos recursos técnicos que son los que permiten que un sujeto construya el «valor estético»; valor este que para algunos pensadores cae dentro del contenido; sin embargo. es más bien una correa de transmisión entre contenido y forma. En esos recursos técnicos es donde se atrapa al espectador, ya que en estos están las cualidades de potencia o posibilidad estética que incitan la sensibilidad del sujeto que vive la experiencia que le permite formar el juicio estético.
Esos recursos técnicos hacen posible la composición no sólo como forma, sino que al mismo tiempo, debido a la distribución de las formas, ella dice algo de sí. La composición de la obra es siempre forma que implica contenido; no es como se ha planteado, de que la composición está dentro de lo que es exclusivamente la forma de la obra de arte; incluso podemos ir más lejos, la argumentación o fábula de la obra depende de la composición artística y no viceversa.
Esa parte de la obra de arte en la que el creador busca atrapar al espectador, exige conocimientos de lo que a través de sus experiencias perceptibles le estimula la sensibilidad estética. Para ello necesita identificar como están distribuidas o cómo deben estar distribuidas las cosas para él sentirse atrapado visualmente; identificar lo que en él se presenta armónico y equilibrado (que podría incluso ser desarmonía y desequilibrio en otros). Pero necesita también, conocimientos técnicos que le faciliten mostrar, como él desea, las imágenes que habitan en su mundo interior. Son esos los elementos de la obra de arte que poseen características para ser estudiadas estéticamente. Es basado en esos factores técnicos de la obra que los espectadores construyen los juicios estéticos; descubrir los efectos de esos factores en una comunidad de espectadores nos muestra la diversidad de apreciación que existen incluso ante una misma obra. Esto es fácil comprobarlo mostrándole una obra a varios espectadores y preguntarles: ¿qué le parece esta obra? y entre las respuestas pueden estar: fea, no me gusta, me gusta, desagradable, agradable, rara, extraña, bonita, hermosa, bella, interesante, entre otras; sin embargo, en una comunidad de «artistas-espectadores,» las respuestas son menos diversas. Podrían limitarse a responder: buena, mala, o un término medio que es muy usado: el término «interesante». Aunque el término interesante es usado muchas veces para evadir dudas y otras veces para ocultar la verdad. En el «espectador -artista» la repuesta de buena o mala en una obra, está ligada a lo técnico, y es muy difícil separar su respuesta de ese conocimiento.
Lo bueno en arte no es que sea bello en el sentido de lo que es bello en la naturaleza, pues difícilmente alguien diga ante un bello amanecer ¡Que bueno está este amanecer! Por lo regular lo bueno o lo malo en la repuesta, supone de quien emite el juicio, los conocimientos técnicos y compositivos fundamentales; por eso el término es de mayor uso entre los artistas.
Cuando el término es usado por otros, quizás esté orientado hacia lo compositivo, porque el uso del término, en cuanto a lo técnico, por parte de alguien que nunca ha pintado, por ejemplo, y si lo ha hecho demuestra que no conoce el oficio técnico práctico de pintor; cómo podría entonces, teóricamente orientar a otros; pues su mano obedece a su intelecto, y si esa mano no es capaz de hacer lo bueno, es porque su intelecto no posee esas informaciones. Tanto es así que un pintor no es ni derecho ni izquierdo al momento de contemplar que la aplicación que está haciendo u observando es mala; podría haberse ejercitado toda la vida con el brazo derecho, y si un accidente le imposibilita el uso de ese brazo, no quiere decir que tendrá que empezar en cero e inscribirse nuevamente en una escuela de arte para aprender a realizar sus obras con el brazo izquierdo.
Los términos bueno o malo en la plástica son de carácter técnico, no ético, por tanto, sólo los conocedores de las técnicas podrán tener juicios aproximados, limitados claro, a sus propias experiencias en ese aspecto. La aplicación de esos conocimientos técnicos facilita una mejor contemplación; ahora bien, lo que ha pasado en los últimos tiempos es que se ha transformado todo, y ya muchas veces lo que se promueve no es si la obra está bien o mal técnicamente, pues en este siglo se quiere llamar «arte» a todo y no es de extrañar que se considere buen «artista» a alguien que probablemente no conoce el oficio. Y no pretendemos decir con ello que el hecho de que alguien tenga los conocimientos técnicos ya lo convierte en buen artista, sino que le facilita como espectador al momento de emitir juicios sobre una obra. Debemos especificar algo. En nuestras experiencias en torno a las artes plásticas hemos observado grandes creadores que muestran en sus obras deficiencias en el oficio técnico; ahora bien, ello no le quita su condición de artista, aunque sí tienden a ser rechazados por muchos tipos de espectadores. Mientras otros dominan el oficio técnico, pero no pueden escapar de las labores de reproducción; actividad que logran de manera magistral, pero al momento de crear una obra que carezca de referente extra que la justifique, se pierden totalmente. El buen artista es aquel capaz de crear con éxito lo que no existe en el mundo material, aquel que puede darle vida propia, existencia a lo que sólo habita en su mundo interior; aquel que crea lo nuevo en sí mismo y cuenta con respaldo en todos los tipos de espectadores. Por eso el buen artista será siempre una combinación de excelente creador cuando compone, y excelente ejecutor cuando aplica sus conocimientos en el oficio técnico.
La relación entre el espectador y la obra de arte se afianza bajo un influjo hermenéutico de extrañamiento y regreso, de un juego infinito de mostración y ocultación, que sólo es posible cuando el espectador conscientemente desea ese esparcimiento. Siendo así, toda obra de arte es proceso y no una entidad concluyente, ya que su existencia como tal necesita la participación humana, que es la que instaura el acto de recreación y acepta o rechaza las valoraciones estéticas.
La obra de arte se presenta como proceso también para el artista que la crea, «autor-espectador», porque el artista se realiza en un espacio particular intuido del mundo general, donde hace sensible su mundo interior, obedeciendo a una necesidad espiritual propia de sólo un momento de su posibilidad creadora. Por ello, su meta no termina con la obra que ha realizado; sino, que ésta le sugiere nuevas soluciones para una próxima obra, que la inicia en el confín de la última; motivado por una búsqueda interminable de hacer perceptible un fundamento estético que habita en su intelecto y que constantemente se alimenta de sus vivencias creadoras.
El manejo simbólico del artista aparece bajo una reproducción mental sobre los recuerdos de sus vivencias pasadas, con tendencias manifiestas de un estado inconsciente, que se evidencia a través de peculiaridades que ofrecen sus obras y que escapan a una justificación racional por parte del artista. Aunque el artista recurra a imágenes que guardan relación con signos de uso convencional en su cultura, su obra no será necesariamente, una alegoría común para los miembros de esa cultura; ya que cada espectador al recibir esas sensaciones externas por medio de los sentidos, lo hace en un perderse y encontrarse en la obra de arte, que es un mundo en sí.
A pesar de que la estructura de la obra de arte se manifiesta obedeciendo al orden de cómo el artista compone una idea de forma deliberada, con signos elegidos de manera intencional, la obra revela indirectamente a los propósitos del artista distintas vivencias para cada espectador, que experimenta según su destreza, una interpretación activa de símbolos. Porque, aunque la obra de arte tiene una limitación en el espacio físico que ocupa, como entidad simbólica trasciende espacio y tiempo cuando espectadores de distintas épocas interactúan con ella en un juego infinito, directamente proporcional a sus experiencias íntimas.
*Autor: Dustin Muñoz, publicado originalmente en la Revista Salomé, edición diciembre 2002-enero 2003, Año 3, No. 7.
*Dustin Muñoz, es Doctor en Filosofía por la Universidad del País Vasco. Licenciado en Filosofía, con Maestría en Metodología de Investigación Científica por la UASD, donde es docente. Egresado y también docente de la Escuela Nacional de Artes Visuales. Primer premio de pintura en múltiples concursos y en bienales, con distinciones como el Premio Nacional de la Juventud en el 2004 y Joven Sobresaliente de la República Dominicana por JCI Jaycees 72, en el 2003. Ha realizado 4 exposiciones individuales y numerosas colectivas a nivel nacional e internacional. Sus obras se encuentran en importantes colecciones públicas y privadas y en museos nacionales y extranjeros. Tiene murales en dos de las principales catedrales del país y en el Obelisco de Santo Domingo.