Por Alanna Lockward.
Cuando el pequeño Dustin Muñoz recogía las piedras pigmentadas del rio Masacre, soñaba con pintar como el estudiante de Bellas Artes que estaba de visita en su natal Loma de Cabrera. Lentamente, las piedras humedecidas dejaban un estigma colorido que el tesonero aspirante a artista plástico recogía en sus esfuerzos por imitar los resultados de la témpera utilizada por aquel visitante retratista. No había en esa población fronteriza (y aún es así), ninguna escuela de arte, tampoco maestros ocasionales que lo ayudaran a canalizar sus inquietudes.
Los afanes de este niño de seis años, que hoy tiene veinticuatro, lo llevaban a recolectar también las ramas más finas del carbón de los hornos campesinos, con los que garabateaba las paredes de su casa. Es ahí donde empieza su intensa conexión con la gráfica, el dibujo se convirtió en su más busca aventura.
Nos encontramos ante una obra joven que nos refresca por su acucioso academicismo y por el uso de una pigmentación monocromática que invita a recordar la memoria húmeda de la tierra. En su búsqueda por transportar su precoz y laureada pasión por el dibujo hacia la tela, nos entrega unas composiciones donde las sobras y tonalidades del ocre se confabulan para matizar una neofiguracion que él mismo define como “metafísica”. Se entretejen en sus lienzos una sustancial cantidad de objetos de uso y desecho cotidiano que no acaban por comprometerse con las necesidades figurativas de la simple representación. Un cuento sin historia que camina arrastrando las redes de a imaginación pictórica, barroco y sensual.
Dustin Muñoz refleja su juventud seria y esforzada con un trabajo exuberante, no por “clasicista” menos investigativo. Brillan por su ausencia las pretensiones expresionistas o de contemporaneidad que le otorgarían quizás más credibilidad en el circuito local de las artes visuales. Sin embargo, este joven artista tiene un compromiso con su obra que no es coyuntural ni arquetípico y, además, un gran talento para realizarlo.
Por eso yo también estoy de fiesta.
Por Alanna Lockward, Crítico de arte
Exposición Individual De Natura, Casa de Francia
4 de junio del año 1996.