Por Marianne de Tolentino.
El artista joven, con una formación académica y talento, puede rebelarse en contra de la enseñanza recibida, lanzándose a una vanguardia generalmente desbocada y cruda, o reflexionar pausadamente, buscando conciliar los legados de la tradición y los maestros con su propia creatividad.
Dustin Muñoz, para quienes prefieren en el arte joven, eslabonamiento más que una ruptura, constituyó desde sus inicios una revelación. Un labrado de la pasta casi clásico, instrumentaba una superficie impecable, dentro de un cromatismo limitado, con una dominante ocre, pluritonal y cálida de cierta austeridad.
Ese equilibrio continúa hoy, con acentos de bermellón y destellos de blanco, a la usanza de los realces en el dibujo renacentista, pero con la untuosidad del pigmento. Dustin Muñoz parece explorar aún sensaciones a la vez visuales y táctiles, consigue un ilusionismo tridimensional debido a matices y degradados, mediante una dosificación hábil de las sombras y un supuesto relieve de los “objetos” que pueblan el lienzo.
El se ha preocupado por completar y enriquecer constantemente su mundo, situado entre lo real y lo surreal, ofreciendo una gran variación de las formas interiores, que cubren la tela… y sugieren su prolongación, hacia fronteras desconocidas más allá del cuadro. Una transición espontánea pasa naturalmente, en un mismo cuadro o en obras distintas, de alusiones ignotas y geometrías suaves a signos figurativos cotidianos, como las espigas, los panes, los peces, que leemos con un dejo de misticismo.
Por Marianne de Tolentino, Crítica de Arte
Miembro de la AICA, 1998
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