Por Pedro Cabiya.
El joven pintor dominicano se destaca por su completo dominio de la técnica y su rica imaginación.
La historia se repite. Dajabón, San Juan de la Maguana, y ahora Loma de Cabrera. Buena parte de los artistas más jóvenes de la República Dominicana proceden de tierra adentro; las experiencias vitales que los condujeron a la pintura están estrechamente vinculadas a la vida del campo y al acompasado devenir de la vida provincial. Dustin Muñoz, pintor con un dominio técnico sorprendentemente maduro para sus 28 años, está convencido de que sus colores y temas de sus cuadros tiene su más temprana razón de ser en el paisaje de su infancia en Loma de Cabrera, y en la faena de la recolección del maní.
“A mí me gusta que la pintura se vea antigua, me gusta darle esa sobriedad. Ese gusto me viene del campo. Yo recuerdo muchos atardeceres en el conuco, trabajando el maní. El maní se despega sacudiéndolo en pedazos de saco entretejidos. Me gustaba ver cómo estaban cosidos esos sacos. Y cuando empezaban sacudir el maní, se ensuciaba todo de tierra y cuando le daba el sol yo lo veía de lejos y sentía que era algo agradable, se veía impactante. Claro, allí nadie le prestaba atención a eso”.
El color rojizo del maní recurre en varios lienzos de Muñoz, es un motivo nostálgico con el que el artista construye un universo de artefactos que tuvieron un uso (siempre enigmático), objetos antiguos que al ser arrumbados uno sobre otros pierden definición, fusionándose hasta formar extraños trastos extraídos de un yacimiento arqueológico.
Cada quien favorece siempre uno de los cinco sentidos, y por lo que se desprende de su conversación, Muñoz parece haber disfrutado una infancia predominantemente visual. Muñoz descubre la esencia de las cosa en su forma y sus colores, es esa dimensión de los objetos la que rinde sus secretos al artista. El objeto deja de ser un simple objeto y se convierte en puro tiempo: la víctima se transforma en su potencial victimario por la simple proeza de sobrevivirlo. La ambición de Dustin Muñoz es colosal: encontrar la forma del tiempo, objetivarlo.
Dustin Muñoz posee una mano con pulso seguro de un maestro: de ahí que muchas veces, en sus exposiciones, la gente se sorprenda de su juventud, negada por la increíble madurez de sus obras. “Siempre esperan ver a alguien más viejo y corpulento”. Este es, acaso, el mejor retrato del joven artista.
Por Pedro Cabiya
Periódico Diario Libre, 21 de julio 2001.