Por Marianne de Tolentino.
Dustin Muñoz presenta en la Capilla Nuestra Señora de Los Remedios una hermosa, generosa y esperada exposición individual, con hondo sentido gráfico y plástico. No nos proporciona desarrollos pictóricos corrientes, ni una fruición estética habitual. El realiza composiciones extrañas donde las formas se juntan, se aprietan, se entrecortan, para ir creando ritmos, acentuados por las combinaciones cromáticas entre tonalidades mediatizadas y luminosas. Parte de estos montajes, y recordando tal vez el cubismo, él instala, según una geometría sensible en la superficie, planos geométricos contiguos y superpuestos, inmersos en una atmósfera casi biomórfica, que deja adivinar infinitas modulaciones y profundidades.
Dustin Muñoz, en el surrealismo poético de sus cosmogonías, dispone pequeñas formas a menudo no identificables, pero que lucen familiares, en un espacio irreal, ensamblándolas, disociándolas según una fantasía controlada por la impecable factura. Ese universo dista mucho de la improvisación y la escritura automática del surrealismo primigenio: es un lenguaje surrealizante del Caribe, con su potencial fantástico y mágico.
Si, en la historia del arte, esas variaciones objetuales podrían recordarnos a los “grotescos” antiguos (o grotteschi en italiano), espacios poblados de pequeños elementos de todas clases, retomados en el clasicismo, el artista dominicano no hace en absoluto una pintura decorativa u ornamental. El tema y tesis de la obra, se fundamenta en la memoria personal y la cultura nacional… incluyendo hasta referencias amerindias. De ahí surgen y se organizan motivos y motivaciones, que cuestionan incansablemente la verdad y el medio ambiente: el cuadro empieza a funcionar, como el argumento de una novela, llevada por sus personajes, más allá de las intenciones del autor.
Aparentemente, Dustin Muñoz se apropia de objetos de consumo o de desechos. No obstante, si miramos cuidadosamente, nos percatamos de que él no transcribe, en una figuración representativa, morfologías de la vida cotidiana. El las libera, las interviene, las transforma, las acumula, en un ensamblaje pictórico heteróclito, pero con un sentido infalible de la proporción y de la medida. Su “sistema” iconográfico es sutil y riguroso, inventivo e insólito.
A la primera mirada, nos puede comunicar pues una ilusión de la realidad, pero el creador produce una ficción, la suya, que mezcla entonces artefactos observados, “cosas” imaginarias –la mayoría-, fragmentos y restos. Lejos de sugerir escombros reunidos y reubicados, estas extrañas composiciones construyen metáforas pictóricas, que no nos cansamos de descifrar. No obstante tengamos gran prudencia al indagar una banal interpretación y dejemos fluir el misterio…
Ahora bien, Dustin Muñoz, dibujante consumado y meticuloso, saca al mismo tiempo sorprendentes acordes cromáticos, atento a las armonías de aquellos elementos más inventados que plasmados, que también nos parecen familiares en el colorido. La sombra se vuelve claridad, el fondo de tierra quemada se ilumina, la paleta refinada se identifica a una alquimia del color, cada vez más cálida y viva. La alta calidad cromática de esta serie demuestra simultáneamente un raro dominio de la tercera dimensión. Pensamos que Dustin podría abordar exitosamente la cerámica, a partir de su curioso mundo de “objetos”…
En síntesis, estas pinturas diferentes ofrecen un medio de expresión singular, a la vez fuerte, delicada y exigente. Dustin Muñoz, excelente artista, debería ser menos discreto. Necesitamos exposiciones serias, de esta calidad.
Por Marianne de Tolentino
Crítico de Arte
Catálogo de exposición Temporis
28 de septiembre de 2009
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