Por Dustin Muñoz
La obra Nuestra Señora de Las Mercedes, entronizada en la Catedral Primada de América el 12 de enero del año 2019, sintetiza una historia de creaciones de arte sacro que he venido realizado por más de veinte años. Hago la observación porque a ella la preceden tres obras más que he realizado sobre Nuestra Señora de Las Mercedes; así como la realización de un conjunto de Advocaciones Marianas hispanoamericanas que formaron parte de la exposición Ave Gratia Plena que presentamos en el año 2001. Pero a todo lo anterior debo agregar, además, como antecedentes, las diversas obras que he creado sobre el tema de Nuestra Señora de La Altagracia, desde aquella primera que realicé en el año 1998. Destaco estos antecedentes porque en todas esas obras nos estamos refiriendo a la Virgen María la madre de Jesús. Y aunque en cada caso existe una iconografía muy particular que caracteriza la advocación, las características somáticas de todas, en principio, son las mismas.
Pero ya en términos específicos, la parte objetual y conceptual de esta Nuestra Señora de Las Mercedes que nos ocupa, fechada en el 2018, inició en el año 2016, como respuesta a una solicitud que nos hiciera el Padre Tomás García Martín Moreno, de la Orden de la Merced. La solicitud era directa y clara: plasmar una obra de Nuestra Señora de Las Mercedes para la Catedral Primada de América. Un encargo que representa obviamente un honor para cualquier artista, pero al mismo tiempo un gran reto y una gran responsabilidad. Por lo que fue necesario dejar de lado la prisa de esta época y tomar como aliado incondicional el tiempo para que la obra fluyera. Y así, durante dos años, trabajamos en la consecución de tan trascendente encargo.
Desde el primer momento, de manera intencional, elegimos la gama de tierra tostada para la generalidad cromática de la pintura como símbolo de la fusión existente entre la fe católica y la nación dominicana en todo el proceso de construcción de su identidad. Por estas mismas razones, hicimos brotar de forma armónica desde el interior de los colores sepias y tierras el colorido de la enseña tricolor. De manera tal que la variedad cromática de la obra está representada aquí por los colores de nuestra bandera nacional.
En término formal la variedad de la composición descansa, de manera intencional, en el rostro de la imagen, que es el centro de interés de la obra. Estamos ante una pieza neofigurativa en la que el rostro ocupa el primer plano y las manos ocupan los planos secundarios. La mano derecha sostiene y se abraza a la bandera, sosteniendo también el grillete; mientras la mano izquierda sostiene el cetro y el escapulario. La imagen lleva en su pecho el escudo mercedario.
En sentido general es una obra que concilia entendimiento y sensibilidad, razón y experiencia. En tanto que como artista tomé, para la composición, elementos de la iconografía tradicional; pero dejé también espacios para que la obra fluyera y se fuera formando hasta lograr su propia identidad. Una identidad renovada.
La pieza tiene un formato de 117×78 centímetros y está realizada en colores acrílicos sobre tela y collage.
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